Casi cada día que salgo a explorar las costas con mi lancha me encuentro con gente en apuros que reclama mi ayuda. No se si es mera coincidencia, pero a veces me da que pensar: ¿tendré que dejar mi oficio de playólogo por el de ángel de la guarda?

La verdad es que empiezo a tener dudas sobre qué profesión es más satisfactoria… si la mía o la del ángel rescatador. Me da la sensación de que en el fondo de mi hay algo o alguien que está deseando que me encuentre con gente en apuros para echar una mano. Mira que soy un tío afortunado –con esta profesión que es más una bendición que un oficio– pero tengo que admitir que estos sucesos me alegran la vida incluso más que mi habitual vida de playólogo.

Aquí os dejo un video de mi último rescate a una familia de australianos con dos niños pequeños que me encontré con su velero averiado (no arrancaba el motor y no había viento suficiente para usar las velas) cerca de cala d’Egos, en Mallorca. Salimos a disfrutar haciendo sky acuático y me los encontré haciéndonos señas muy asustados en un sitio sin cobertura. La radio no les funcionaba y estaban notablemente nerviosos. Se notaba que no tenían mucha experiencia y con dos críos llorando a bordo la perfección del peligro se multiplica. Nos acercamos, evidentemente, para interesarnos por su estado y aunque podíamos haber vuelto a puerto y solicitar ayuda a Salvamento Marítimo preferimos no hacerlos esperar y remolcarlos nosotros mismos. Estaba a punto de hacerse de noche y estaban aterrorizados… Nos ofrecieron todo el dinero que llevaban consigo y hasta el reloj y el teléfono móvil… Pobres. No veas el susto que tenían. Pero lo que menos se imaginaban era que el rescate les iba a salir gratis. ¡Sí, gratis! Menuda cara de estupefacción que pusieron al ver que no aceptábamos su dinero. Para nosotros no hubo mejor recompensa que ver esas caras de alivio y felicidad. Hoy por ti y mañana por mi. Ponte en su pellejo…

Playologo al rescate

La ley del mar.

No se si sabéis que en la mar tienes derecho de cobrar una cantidad previamente pactada a quien te solicite ayuda para salvar su barco, es decir, a quien pretenda que rescates sus bienes materiales mediante el remolque de la embarcación, caso contrario de quien solicite ayuda porque su vida corra peligro, en cuya situación la legislación marítima recoge el deber de todo capitán de prestar auxilio gratuitamente, pero solo al pasaje, no al barco ni a sus enseres. Todos los buques tienen la obligación de atender la llamada de socorro sin esperar recibir contraprestación económica alguna. La negación del deber de auxilio en la mar está contemplada como falta muy grave por la Ley de Puertos del Estado y de la Marina Mercante, pudiendo acarrear fuertes sanciones económicas y la suspensión del título marítimo. No es lo mismo subir a bordo a un náufrago que arriesgar la integridad de tu embarcación y tu tripulación por remolcar a otro (hubo una ocasión en la que dañé seriamente el espejo de popa de mi lancha al remolcar a un yate que me encontré embarrancado en la costa norte de Menorca).

Hay armadores cuyo seguro no cubre el remolque, el equivalente de la “asistencia en carretera”, o sencillamente prefieren pagar al primero que pase por ahí aunque no sea un profesional antes que esperar a que venga a rescatarlos la Sociedad Estatal de Salvamento y Seguridad Marítima, SASEMAR, a través de Salvamento Marítimo. Otras veces simplemente ves el cielo cuando estando en apuros ves pasar a alguien que te puede ayudar, porque la mar no es como la carretera, donde puedes esperar a la grúa tomando un café tranquilamente. La espera se hace muy larga.

Pero también hay quien se aprovecha de los apuros de los demás, como aquella lancha en la playa de Formentor (Mallorca) que había solicitado un rescate por valor de 5.000 euros al armador de un yate británico de 24 m de eslora al que remolcó entre 50 y 70 metros.